Quien siga o haya visitado alguna vez Arquitectura de Puntillas, se dará
cuenta que este post nada tiene que ver con la temática del blog, pero desde la
irrupción de Donald Trump en la vida política mundial se hacía necesario
reservar un espacio para su persona y su estilo. Todo el mundo habla de él así
que, ¿Por qué no íbamos a hacerlo nosotros?
Para quien aún no lo sepa, cosa que dudo, Donald
John Trump fue promotor antes que presidente de los Estados Unidos. Toda su
fortuna tiene su origen en “The Trump Organization”, empresa propiedad de su
padre Fred que se dedicaba a los negocios inmobiliarios, construyendo y
comprando edificios de alquiler para la clase media en Brooklyn, Queens y
Staten Island. Si señores, Donald Trump no deja de ser un promotor más, pero
con un estilo diferente al de otros promotores… ¿O no?
Donald Trump, ejercitando la musculatura de su cara.
Está claro que cada promotor, como cada arquitecto,
o como cada persona, en definitiva, tiene sus propios gustos, su propio estilo,
es algo natural, pero por un momento imaginemos a alguien que le guste lo
recargado, el lujo, lo espléndido …pues eso es solo un 10% de lo que puede
llegar a ser el estilo Trump, al que, si me lo permiten, bautizaremos como “Trumpismo”.
Para analizar en profundidad el Trumpismo tomaremos
como ejemplo su obra más destacada, su alma mater, el símbolo de su fortuna y
poder, su cuartel general, la Trump Tower. Nos centraremos en la situada en el
número 725 de la Quinta Avenida, en el Midtown Manhattan de Nueva York, entre
las calles 56 y 57, obra del arquitecto Der Scutt, que en aquel tiempo había
alcanzado la fama por el One Astor Plaza, un rascacielos de 227 metros en Time
Square.
Entrada principal de la Trump Tower, custodiada desde hace años por Vicente, el portero.
Ya desde el principio Donal Trump supo sacarle
partido al proyecto, obteniendo beneficios desde el minuto uno, en un solar
pequeño donde se situaba la tienda Bonwit Teller, con cierto renombre
arquitectónico y estilo Art Decó, y en donde no le tembló el pulso a la hora de
demolerlo en 1980. En esta época en Nueva York se premiaba a los edificios que
mezclaran diferentes usos, como fue el caso de la Torre Trump, y esto, junto
con que convirtió la planta baja de la edificación en un espacio público, con
un atrio de tres plantas de altura que permitiera el paso peatonal, fue motivo
suficiente para que la ciudad de Nueva York compensara al magnate con la
construcción de veinte pisos más de los permitidos. No uno ni dos, sino veinte,
algo impensable hoy en día.
Antiguo edificio de la tienda Bonwit Teller, que pasó a mejor vida.
El edificio, terminado en 1982 y coincidiendo con la
aparición de Naranjito (por aportar un apunte personal y nostálgico), fue el
más alto de la época para uso residencial y hoy en día está entre los cien
edificios más altos de la ciudad, con 250 metros de alto.
El arquitecto, siempre con el consentimiento de su
promotor, proyectó un rascacielos de hormigón con hileras de vidrio de color
bronce, que rompía bastante con la imagen de la zona, en donde abundaban los
edificios de piedra caliza. Una manera de reducir este impacto visual fue
“pixelar” una de las esquinas en las primeras plantas, a modo de mordida y que,
personalmente para mí, es lo mejor que tiene el proyecto, por no decir lo
único. Los espacios públicos están cubiertos de Breccia Pernice, un exclusivo
mármol italiano de color rosa con betas blancas y en el interior se recarga con
espejos de bronce y dorados, el color favorito del presidente. En 2006, Forbes
evaluó la torre en la módica cifra de 318 millones de dólares.
Esquina "pixelada" de la Trump Tower.
El beneficio de la construcción fueron sus
apartamentos de lujo, que se vendieron en muy poco tiempo, debido en parte a
los precios que salieron a la venta en una zona que nada tiene que ver con lo
que es en la actualidad, con precios que hoy en día oscilan entre los seis y
los catorce millones de euros, unos cincuenta mil euros el metro cuadrado. Como
dato propio del mundo rosa, personas famosas como Cristiano Ronaldo tienen uno
de esos exclusivos apartamentos.
Pero sin duda el “apartamento” que se lleva la palma,
el corazón de la Trump Tower, es el que se encuentra en lo alto del
rascacielos, un triplex en el piso 66,y en donde el amigo Donald estableció su
residencia habitual antes de que se mudara a la Casa Blanca. El valor del mismo
se estima que está en torno a los 100 millones de dólares.
La familia Trump después de merendar.
Según el periódico Daily Mail, la residencia es una
alabanza al palacio francés de Versalles. No existe esquina que no tenga alguna
moldura, de color dorado como no podía ser de otra manera, y recargada con
objetos únicos y exclusivos, entre los que se destaca una edición limitada de
mil ejemplares de homenaje al boxeador Muhamed Alí y firmados por el
deportista. Techos pintados al fresco, sofás con remates de marfil, cubertería
colocada permanentemente sobre la mesa del comedor, son muchas de las cosas que
se pueden observar con una mirada fugaz. Por tener tiene hasta una fuente,
donde la mayoría de las personas la tienen en el jardín delantero antes de
entrar a sus casas, él la tiene dentro de su casa.
Sé que cuesta entender, que el gusto por la
arquitectura y el interiorismo de la familia Trump es difícil de digerir, pero,
y salvando las distancias, no deja de ser algo que nos podemos encontrar a la
vuelta de la esquina. En la arquitectura, el promotor tipo Trump existe, quizás
no tan ostentoso económicamente, pero si visualmente … el “Trumpismo” ya está
aquí y ha llegado para quedarse.
Donald Trump, al que le importa bien poco su factura de la luz.
Espero
que hayan disfrutado leyendo este post tanto como yo escribiéndolo. Un saludo.
@ruymangsicilia