“Hola, soy Fulanito y soy arquitecto”… Con esta frase se inicia una presentación que, dependiendo de la época en que nos encontráramos, puede suponer un cierto prestigio para la persona o bien un sentimiento de pena o lástima hacia ella.
No
soy persona que vaya presumiendo de arquitecto… ni mucho menos, pero a día de
hoy la realidad se acerca más a la segunda opción que a la primera,
tristemente. Atrás queda esa época en la que nuestra profesión gozaba de un
prestigio ganado a base de esfuerzo y trabajo, donde cada proyecto suponía un
reto y una responsabilidad. Donde nos preocupaban centenares de factores ajenos
a la propiedad y que solo nosotros conocemos y tenemos en cuenta. Pues bien,
ese prestigio lo hemos tirado por la borda nosotros mismos.
Por
la época en que nos encontramos es muy fácil echarle la culpa a otros factores:
políticos, banqueros, promotores ..., pero no por ello debemos de dejar de
hacernos autocrítica. Lo cierto es que los arquitectos nos hemos dejado
sobornar y encima a la baja.
Para
mí, todo empezó mucho antes del 2006, cuando la actividad dentro de la
profesión era boyante, por no decir desmesurada y se encargaban proyectos a
diestro y siniestro sin ningún tipo de control. Llegó un momento en que primaba
más cuantas viviendas podrían "caber" en una parcela de x metros, que
cualquier otro factor. Así nos salían viviendas con pasillos de 9 metros o
estancias de 6 m2 a las que llamábamos “dormitorio individual”,
ventilando por supuesto a patios ridículos que agujereaban la cubierta cual
queso gruyere. Eso en cuanto al interior de las viviendas, pero y las zonas
comunes… eso sí que son pasillos interminables, por no hablar de la
orientación, de la estética, la ventilación, etc.
Lo
peor de todo es que hoy en día nos dan la posibilidad de remendar nuestro
error, y que hacemos? Seguir contaminando la profesión. No hemos aprendido
absolutamente nada, todo lo contrario. Seguimos dejándonos sobornar, y ahora,
por la situación de desempleo que hay en el sector, más si cabe.
Es
cierto que la capacidad económica de las personas ha disminuido de manera
drástica, pero, dentro de un orden, no debe suponer excusa para desvalorar
nuestro trabajo. Nos prostituimos de una manera lamentable pasando unos
honorarios que, si no le ponemos límite, podemos hasta perder dinero. No es
normal presentar un presupuesto donde bajamos el 50, el 60 o el 70% de los
honorarios colegiales, intentando competir con otros compañeros. Esa no es una
buena competición, la buena competición es aquella en la que se valora más la
calidad presentada que el importe final, no solo de los honorarios técnicos,
sino del propio proyecto.
La
que se ha montado con lo de los certificados energéticos es un claro ejemplo de
lo que ocurre y de todos es sabido la brutal competencia que existe a día de
hoy en este campo en concreto. Es uno de los muchos ejemplos que hay, pero ese
tema lo dejo para un próximo post, ya que desde luego hay tela que cortar. No
me imagino al dentista regateándote el precio de un empaste o al de la agencia
de viajes el precio de un billete de avión.
A
raíz de una Directiva Europea en materia de libre competencia, en mayo de 1996
apareció la Ley de liberalización en materia del suelo y colegios profesionales
en donde se eliminaban los honorarios mínimos, dejando a los diferentes
colegios profesionales el criterio para establecer unos honorarios meramente
orientativos. Es aquí cuando definitivamente nos pegamos un tiro en el pie ...
Desde
mi humilde opinión, y creo que coincide con la de muchos compañeros, a día de
hoy esta situación es insostenible. Bien es verdad que 1996 era otra época y
que nos tuvimos que adaptar, pero esta es otra época bien distinta, así que
¿porqué no nos adaptamos ahora?
Debemos
cortar el problema de raíz y para ello el Consejo Superior de Colegios de
Arquitectos de España debe de empujar alguna iniciativa en donde se recuperen
unos honorarios mínimos. Lo del libre mercado está muy bien, pero compañero,
todo tiene un límite. Ya no solo es en la obra privada sino también en la
pública, porque lo de los concursos es de vergüenza, premiando, en el mejor de
los casos, un 30% el importe económico y un 70% el propio proyecto.
Es
necesario que recuperemos el prestigio perdido y dejar de vendernos al mejor
postor, cada vez que rebajamos nuestros honorarios hasta el límite de la baja
temeraria nos ahogamos aún mas y echamos por tierra años de trabajo. Es
necesario premiar al profesional, no al del todo a cien, ya que, como dicen los
mayores, al final lo barato sale caro.
El
día que recuperemos la calidad de nuestro trabajo será el día en que
recuperemos la calidad de nuestra profesión.
Espero que hayan disfrutado leyendo este post tanto como yo escribiéndolo. Un saludo.
Espero que hayan disfrutado leyendo este post tanto como yo escribiéndolo. Un saludo.
@ruymangsicilia