Buena época aquella, al menos la que yo viví nada
mas graduarme, en los años previos al estallido de la burbuja inmobiliaria,
desde el 2003 hasta el 2007. Convertirse en arquitecto costaba lo suyo, pero
todo hacía indicar que merecería la pena, al menos eso era lo que pensaba yo,
ya lo he dicho muchas veces, que el esfuerzo tendría su recompensa.
Haciendo eco del momento en el que estamos, previo a
la Semana Santa, tiempo de Cuaresma, y aprovechando que el Pisuerga pasa por
Valladolid, trataremos un tema que para muchos es repetitivo y que para otros
es desconocido: La pasión y muerte del arquitecto.
Que bonito era cuando nos sobraba el trabajo y todo
iba como la seda. No se puede decir que nadie lo avisara, porque todos oíamos
aquellas advertencias, aquellas noticias que nos alertaban de lo que estaba por
venir, pero como le ocurrió a Pedro, negamos la mayor antes de que cantara el
gallo, y me temo que fueron más de tres veces.
Fue con pasión como empezamos a trabajar, con
ilusión y con unas ganas desbordantes de hacer nuestros sueños realidad, y fue
la pasión la que irremediablemente nos llevó a la muerte. Porque, sin darnos
cuenta, la pasión dio paso al ansia y al ego. El arquitecto todo lo puede y
todo lo debe, es un profesional superior al resto de los mortales, ocupa un
estatus elevado dentro de las clases sociales, e incluso se llegan a crear
clases dentro de la profesión: arquitectos de primera y de segunda ...y así nos
fue.
Son los arquitectos de primera clase los que
"contratan" arquitectos de segunda, o becarios de primera como los
llamarían ellos. Compañeros recién graduados o estudiantes en los últimos años
de carrera, que con la promesa de adquirir experiencia y de engrosar su
currículum bajo la supervisión de los primeros, como si de un privilegio se
tratara, son invitados a formar parte de un gran equipo de mentira.
Esto es una traición en toda regla a los compañeros
y a la profesión, una imitación al beso de Judas Iscariote a Jesús de Nazaret
en el huerto de Getsemaní. No nos damos cuenta, o no queremos darnos cuenta, de
que con este tipo de prácticas lo que hacemos es devaluar la profesión y
colocarla al nivel del barro, por no decir otra palabra malsonante.
Y todo por treinta monedas de plata ..., que esa es
otra, el precio al que estamos dispuestos a ofrecernos. Somos los únicos que
estamos de rebajas durante todo el año, que estamos a saldo. Seguramente todo
empezó por alguien que, de una manera desesperada, redujo sus emolumentos para
ver si así pillaba cacho y se podía llevar el encargo, sin darse cuenta que los
gastos que le ocasionan, superan los ingresos generados.
Pero supongamos que no es así, que al final le es
rentable, pues bravo por el, pero no hay que olvidar que aquí no solo se cobra
un trabajo, también se cobra una responsabilidad que, dicho sea de paso, es
bastante se los aseguro.
Lo de la rebaja de nuestros honorarios y, en
consecuencia, la competencia desleal de algunos compañeros, viene siendo, desde
hace años, nuestro particular "via crucis". Desde el primer minuto
que regalamos nuestro trabajo estamos condenados, cargamos con esa cruz, somos
despojados de nuestras vestiduras, morimos y nos sepultamos ... si, NOS
sepultamos, porque somos nosotros los culpables de que esta situación continúe
y no hagamos nada para remediarlo, viéndolo ya como una praxis habitual
..."Es lo que hay".
Podríamos hablar de una especie de "Vía
Sacra" en forma de círculo vicioso en el que volvemos al punto de partida
inicial para cometer los mismos errores. No se si así se conseguirá la
indulgencia plenaria, lo que si es cierto es que así no podemos continuar y el
único objetivo que alcanzaremos será la desaparición de nuestra profesión.
Nos encontramos al borde del colapso, asfixiados
...y encima nos obligan a cargar con la cruz. El resto de la historia no hace
falta contarla, ya saben como acaba, en el monte Gólgota, mas comúnmente
conocido como el monte del Calvario. Feliz Semana Santa a tod@s.
Espero
que hayan disfrutado leyendo este post tanto como yo escribiéndolo. Un saludo.